José María Iribarren

LA BAJADA DEL ANGEL

Con este nombre es conocida una original y antiquísima función religiosa que se celebra en Tudela a las seis de la mañana del Domingo de Resurrección, y que constituye la representación escénica de la supuesta aparición del Angel a María, anunciándole la resurrección de Cristo.

Desde principios del siglo XIV y hasta 1663 iban en la procesión seis niños vestidos de ángeles, “a los cuales según los documentos de la época- se les daba confitura”. Pero a partir del año citado se modificó el símbolo en la forma que ha pervivido hasta el presente, es decir, mediante un niño vestido de ángel que, suspendido de una maroma, desciende por ella hasta quitar un velo que cubre el rostro de la Virgen.

La función tenía lugar en la Plaza Vieja. El Sábado Santo por la tarde se trasladaba procesionalmente la imagen de la Purísima desde la Catedral hasta la sala baja del Ayuntamiento. A la mañana siguiente salía la procesión con el Santísimo por la puerta de Nuestra Señora del Portal y, dando vuelta por la calle del Almudí (hoy del Pontarrón), entraba en la Plaza y se detenía en ella. Entonces salía la Virgen del Ayuntamiento, y la imagen era colocada en lugar conveniente para que el

Angel pudiera quitarle el velo. La aparición del Angel tenía lugar en el balcón central de la Casa Consistorial, descorriéndose las cortinas.

De cuando esta función se celebraba en la Plaza Vieja poseemos tres testimonios de singular valor: uno gráfico y dos literarios.

Consiste el primero en el dibujo que el célebre bibliófilo y publicista tudelano Juan Antonio Fernández, hizo en 1787. El dibujo, infantil, incorrecto, pero muy detallista, nos ofrece, sincronizadas, dos escenas del espectáculo: la bajada del Angel en el momento en que éste acaba de quitar el velo negro que cubre el rostro de María; y la procesión que, después del descenso angélico, sigue su camino a través de la Plaza.

Abren la marcha el macero y la cruz parroquias. Van detrás los infantes de la Capilla cantando, acompañados por un figle y un oboe; los canónigos; el Angel, portador de una bandera; la imagen de la Purísima, conducida por cuatro capellanes; el Santísimo bajo palio, y, cerrando la comitiva, los Regidores, con traje de golilla y espadines.

Sirve de fondo al cuadro la Catedral, con la capilla de Santa Ana y la torre, excesivamente achatada para que quepa dentro del dibujo. El edificio de la derecha es la Casa Consistorial, en uno de cuyos balcones y colgando de un largo vástago, se ve un muñeco. Es el Volatin, símbolo de la desesperación y el suicidio de Judas.

* En el año 1797 residía en Tudela -como ya tengo dicho anteriormente- un sacerdote gascón, emigrado de Francia por causa de la Revolución. Se llamaba José Branet y dejó escritas unas notas muy interesantes acerca de su estancia en Tudela. Refiriéndose a la Bajada del Angel en dicho año escribe:

“El día de Pascua, hacia las seis de la mañana, el Cabildo sale en procesión de la Catedral. Va precedido de varias personas que llevan unas hachas encendidas en la mano; sigue en seguida la estatua de la Virgen cubierta de un velo negro, y los canónigos que llevan el Santísimo Sacramento.

Cuando la Virgen aparece sobre la plaza, un niño, casi desnudo, adornado de un vestido de tafetán que le ciñe parte del cuerpo, tal como se representa a los ángeles portadores de una buena nueva, y teniendo una antorcha encendida en la mano izquierda, desciende suavemente del balcón principal de la Casa Ayuntamiento, por medio de sus alas y de una cuerda sólidamente tendida de un extremo a otro de la plaza, elevada del lado de salida y que desciende insensiblemente hacia el extremo opuesto. Llegado al sitio donde se ha detenido la imagen de la Virgen, le anuncia la resurrección de su Hijo y le quita el velo de luto que la cubre.

La alegría parece pintada en su rostro. Después de haber llenado su embajada, vuelve como si volase hacia el balcón de donde había partido, el que se cierra al instante. La Virgen está muy adornada y tiene una cara risueña. Esta ceremonia atrae mucha gente y merece ser vista”.

* Otro precioso documento literario acerca de esta vieja ceremonia es el artículo que con la firma “V de la F” (Vicente de la Fuente) apareció en el “Semanario Pintoresco Español” del año 1841.

Es un artículo colorista y gracioso, lleno de fuerza descriptiva y animado de fino humorismo. Dice así:

LA BAJADA DEL ANGEL

“Considera, pues, alma cristiana y contemplativo, que te hallas a las márgenes del Ebro el domingo de Resurrección a cosa de las seis de la mañana; aproxímate en espíritu a la catedral vieja-nueva de Tudela y, dejando a un lado su torre desmochada, avanza por aquellos escalones que allí sirven para bajar, así como en otras partes sirven para subir.,, vendrás a parar a una puerta por donde salen las procesiones. Allí verás dos soldados romanos hechos de humo de pez y almazarrón, con dos tremendos brochazos por debajo de las narices (vulgo bigotes); su oficio es guardar la puerta, y son tan espantosos que se las pueden tener a mano con los otros diablos de la otra portada. (Alude a la del Juicio).

Principian a sonar las campanas, los fieles van saliendo de dos en dos y tú, piadoso lector para verlo mejor, haz cuenta que te colocas entre filas y vas atravesando aquellas calles y encrucijadas que no se parecen a la calle de Alcalá ni en lo ancho ni en lo recto. La procesión desemboca por un callejón en la calle del Mercado (es en la Plaza Vieja donde se celebraban entonces los mercados), frente por frente de las Casas Consistoriales. En uno de sus balcones hay un tabernáculo a manera de biombo, en el cual están fijas las miradas de la muchedumbre que llena la plaza, a no ser que las distraiga otro objeto que llama no menos su atencion.

Es el caso que, según aquella regla de que “lo ridículo va al lado de lo sublime”, se suele colocar en otro balcón paralelo al del tabernáculo, un pelele, maniquí o como se llame, vestido de pantalón encarnado y casaca azul, el cual tiene todo el cuerpo lleno de goznes de modo que, al columpiarse en el aire a impulso del torno que lo menea, ofrece gratuitamente al público espectador escenas de descoyuntamiento superiores a las de Montero y Kelinigike; y no falta alguna vieja que, al verle cimbrearse y ejecutar tan violentas posturas, exclame con tono plañidor: jy que haya madres que paran hijos para verlos en tan triste situación!.

Entra la procesión por la plaza adelante, y entre tanto sale en dirección opuesta una cofradía llevando en andas a la Virgen, cubierta con un gran velo en señal de dolor, y viene a colocarse hacia la entrada de la calle por donde sale la procesión. Párase ésta; descansan los conductores de la Virgen, y toda la concurrencia espera por momentos la apertura de los cielos y la bajada del ángel.

Abrese el tabernáculo (los cielos), y aparece dentro de él un niño de 12 a 14 años (el ángel), con sus alas pintadas, casco dorado,, tonelete blanco, coraza bordada de lentejuelas y demás adminículos que tocan y atañen al atavío angélico. Entonces el numeroso concurso lanza un grito de alegría, las viejas lloran de gozo y las jóvenes rezan Ave Marías para que no se rompan las cuerdas y se caiga el ángel. No hay que creer que éste hace su descensión por alguna maroma a guisa de volatinero, ni mucho menos por escalera, lo cual seria muy prosaico: nada de eso; el mecanismo es algo más complicado.

Su alteza angélica colgada de una maroma en la cual hay una nube de lienzo a manera de timbal, de la que pende el niño por medio de fuertes correones y abrazaderas: además lleva él un pie sujeto a otra maroma igual a la primera, lo cual hace su postura menos violenta. Estas maromas van a parar a una casa de enfrente desde la cual las tiran por medio de tornos, y en virtud de esto, el ángel va descendiendo.

La primera vez que presencié este descendimiento aéreo, observé que todos bajaban la cabeza al tiempo de pasar el ángel por encima, y que entonces ni aun se atrevían a mirarle.

Creí que esto sería alguna prueba de respeto, semejante a la de Elías cuando se cubrió el rostro con las manos al sentir el vientecillo suave que le anunció la presencia sensible de la Divinidad. Pensando en esto, y mirando al ángel que en aquel momento era mi
zenit, sentí de pronto un dolor agudo en la cara: creí que fuera “in poenam peccati”, pero bien luego me convencí de que no era sino un gran asperjes de cera derretida que me había interesado (hablando facultativamente) la frente y las cejas, las mejillas y la ropa. Es el caso que el ángel llevaba en sus manos una acha de cera labrada, y como iba
haciendo cortesías a la Virgen a dos manos, repartía lamparones sobre los espectadores, bien al contrario que los reyes de Francia el día de su coronación.

Por fin llega el ángel en su descenso a un punto desde el cual, bajando un poco la mano, puede coger el velo con que va cubierta la Virgen. Entonces el público espectador lanza estrepitosos gritos de alegría, las campanas aturden, el pelele se agita, haciendo las más ridículas contorsiones y concluye de rasgar calzones y casaca:
entretanto los de la Casa de Ayuntamiento pegan dos fuertes tirones, y en un abrir y cerrar de ojos vuelve el ángel al tabernáculo y desaparece, gracias a las portezuelas de éste.

Entonces la procesión rompe su marcha por segunda vez y vuelve a entrar por la puerta de que salió”.

La bajada del Angel siguió celebrándose en la forma que describe el articulista del “Seminario Pintoresco” hasta 1851. En este año el Ayuntamiento expuso a la Cofradía del santísimo (organizadora de esta típica fiesta) que, a causa de hallarse en ruina la fachada de la Casa Consistorial y por resultar pequeña la Plaza Vieja para el gran concurso de gentes forasteras y de la ciudad que acuden a presenciar el espectáculo, convendría trasladar éste a la Plaza Nueva, como así se hizo al año siguiente.

Solamente en tres ocasiones ha dejado de celebrarse la tradicional representación. En los años 1809 a 1813 a causa de la guerra de la Independencia y de la ocupación de la ciudad por los franceses. En el año 1869 porque, al llegar la procesión a la Plaza Nueva, rompió a nevar copiosamente. Y en los años 1932 a 1936 inclusive, por causa de la República.

Describiré ahora, rápidamente, la forma en que esta fiesta se celebra en la actualidad.

En el edificio principal de la plaza, al que llaman de las Escuelas, y a la altura del tercer piso, aparejan una decoración en forma de templete o tabernáculo. Del fondo de este templete, que mantiene sus puertas cerradas hasta el momento culminante del espectáculo, parte una soga enorme y tensa que, en suave descenso, atraviesa la plaza, yendo a quedar sujeta en uno de los balcones del lado opuesto.

Dispuesto así el templete, la soga y los tornos, gracias a los cuales el ángel habrá de deslizarse por los aires, la función se desarrolla en esta forma:

Poco antes de las seis de la mañana llega a la plaza, procedente don la Catedral, la procesión de la Cofradía del Sacramento con el Santísimo, al que acompañan el Cabildo y el Ayuntamiento.

La comitiva se detiene a la entrada de la plaza y, entonces, de la puerta del Santo Hospital (hoy de la puerta de la iglesia) sale, llevada en andas por cuatro cofrades, la imagen de la Virgen, velado el rostro con un pañuelo negro, la cual es colocada bajo el templete que minutos después ha de abrirse.

En el año 1854 se sustituyó el hacha encendida que el Angel llevaba en la mano, por una banderola.

La imagen de la Virgen que toma parte en esta fiesta es la que existe en la capilla del Espíritu Santo de la Catedral, al lado de la Epístola. En la tarde del Sábado de Gloria, terminadas las Vísperas, la Cofradía del Sacramento la traslada al Hospital, donde permanece hasta la hora de la función.

Cuando el reloj del edificio municipal donde arman la decoración hace sonar las campanadas de las seis, es de ritual que la chiquillería tudelana cuente, a grito pelado, las horas:
¡Tan- Una! ¡Tan-Dos!¡Tan-Tres!
Tras de la sexta campanada, se abren de par en par las puertas del camerín, y de su fondo azul y cóncavo brota, menuda y blanca, la figura del Angel, al tiempo que la banda municipal —que llegó con la procesión- rompe a tocar la Marcha Real.

El momento es interesante. El Angel (eligen para esto chicos pobres o huérfanos de seis a nueve años), pálido de emoción y de madrugada, inicia su travesía aérea santiguándose varias veces a una increible velocidad.

Luego, mientras su mano izquierda agita suavemente una banderola de seda blanca, mueve la diestra en ademán, más que salutatorio, natatorio.

Colgado con correas y ganchos de un rebullón de gasa azul y de forma ovoide que simula una nube, va deslizándose a lo largo de la maroma enjabonada, por medio de otra cuerda, que sujetando la nubecilla, es accionada por unos tornos.

Lleva el Angel corona de latón, tirabuzones, un tonelete de seda con alas, y el tobillo derecho sujeto al rebullón de gasa por una correa fina, a fin de mantener la pierna alzada, en actitud de salto.

A medida que avanza sobre la plaza llena de gente, la imagen de la Virgen se mueve, precediéndole, hasta colocarse frente a él y en lugar a propósito para en Mensajero celestial pueda arrancarle el pañuelo de luto que cubre su cabeza.

Cuando el Angel, a fuerza de nadar en el aire de la mañana, llega a la altura de la Virgen, se santigua tres veces, le quita el velo, y, tomando en los dientes una punta del mismo, se lo echa a las espaldas garbosamente (La gente aplaude).

Vuelve a santiguarse a gran velocidad; vuelve a hacer sus zalemas de banderola; y los tornos, que se han detenido para dar lugar a esta escena, comienzan a girar al revés. El Angel, en la misma actitud natatoria, retrocede. Al llegar a mitad de la plaza, derrama sobre la multitud papelitos impresos que dicen ALELUYA, y es ascendido hasta el templete, cuyas puertas se cierran tras él.

Seguidamente se incorpora a la procesión, llevando una bandera, y la comitiva sigue su marcha hasta entrar de nuevo en la Catedral, donde se celebra la Misa Mayor, con el Sermón de la Resurrección, último que predica el Cuaresmero.

En relación con la Bajada del Angel recuerdo dos anécdotas.

La primera del insigne poeta tudelano Alberto Pelairea. En una ocasión, desesperado por un revés de la fortuna, abatido por una racha de mala suerte en el juego, tuvo, en medio de su desgracia, un escape de humor, y exclamo:

Ya no me faltaba a mí más que hacer de Angel; que se rompiera la maroma y que matara a un forastero.

La otra es del año 1931, en pleno hervor republicano. Ante el Alcalde de Tudela comparecieron tres mujeres del barrio de la Magdalena, acusadas de haber cantado, en son de “trágala”, la Marcha Real.

El Alcalde les dice:

-¿Es cierto que ustedes tres cantaban la Marcha Real?. No señor -respondieron a coro.
-¿Cómo que no? ¿Vais a negarlo cuando os oyeron estos dos alguaciles? (Señalando a los denunciantes).
Entonces, la más descarada de ellas, explicó así la cosa:

Nosotras no cantábamos la Marcha Real. Estábamos cantando la Bajada del Angel. Pa que lo entienda usté.

En estos últimos años, y por causa del cambio de la hora, la función se celebra a las siete.

El chiquillo que hace de Angel suele ir, en la tarde del Sábado y en la del Domingo, recogiendo limosnas por las casas. Una hora antes de la función, lo suben al piso de donde ha de salir por los aires. Los carpinteros que manejan el torno del lado opuesto de la Plaza y que han permanecido junto a él hasta última hora, tienen que responder a las preguntas de rigor:

¿Qué tal está? ¿Tiene miedo?

Llorando estaba hasta hace poco, pero ahora está mucho sereno el “muete”. Es el momento en que las viejas suelen rezar para que no se caiga. Jamás se ha dado el caso de caerse el Angel.