Cuando en la mañana del Sábado Santo suena la última campanada del reloj de la Plaza Nueva o de los Fueros, acompasado y coreada por multitud de mocetes (así se dice en Tudela de los chicos) que con sus gritos y cabezas levantadas hacia el balcón de la Casa Consistorial prestan un colorido especial a ese bendito marco de la Plaza, señalando las diez de la mañana, un empleado de Grao, el carpintero, u otro encargado por la Parroquia de Santa María sale al balcón corrido con una mecha encendida en la mano.
Un muñeco o pelele de madera con sus miembros articulados, vestido ridículamente con percalina barata, gorro de judío y un puro-petardo en la boca (aditamento que no debiera ponerse como no se ponía en el pasado) recibe asustado al encargado que pone fuego al dicho petardo.
Cuando éste suena entre el estrépito de la campana del Hospital cercano y el griterío de los concurrentes, el torno o madero a que está sujeto el muñeco comienza a moverse de izquierda a derecha y viceversa dando lugar a que el volatín o Judas a quien representa, vaya dando vueltas y más vueltas tomando posturas raras; como es natural, van cayendo al suelo pedazos del traje, el gorro, zapatillas y prendas de vestir. Los chicos de la Ciudad que debajo esperan este momento, se pelean por coger los despojos mientras los mayores esperan el final, que no se hace aguardar, colocados por los andenes amplios frente a los edificios disfrutando del sol mañanero.
Así ha llegado hasta nosotros esta sencilla e ingenua ceremonia que recuerda la muerte desesperada de Judas, el Apóstol que entregó al Maestro a sus enemigos.
Hasta el año 1851 se celebraba en la Plaza de Santa María o Plaza Vieja colgando del balcón del Ayuntamiento hasta el día de Pascua o función del Angel, sino es que se celebraba momentos antes mientras salía la procesión de Santa María.
[Julio Segura Miranda. Tudela. Historia, Leyenda, Arte.- Tudela, 1964, págs.161-162.]